Me
despierto a las cuatro de la mañana no porque hace frío o porque mi perra se
mueve en las cubiertas temblando como si nevara. Me despierto medio tapada
medio sin hambre y así me despierto porque ya no tengo ganas de volver a los
sueños, o a las pesadillas, que son o que tenemos para hoy. Antes de bajar las escaleras cojo un libro
que está al lado de mi cama y también al lado de tantos otros, pero que al azar
he escogido para terminarlo hoy. Unas cuantas páginas después y voy por el
café. Una taza. Un plátano, porque desde ayer plátanos y hoy he totalizado
cinco en mis cuentas de sonámbula. Café, una, dos tazas. ¿Y por qué no? Me
tranquiliza. Es como una leche caliente por la mañana, como una leche
calientita por la noche y ya está. Papá se despierta como todos los días,
aunque sea sábado y él no trabaje y me pregunta si no he dormido, si no quiero
unas pastillas para dormir, qué pasa. Contesto que no, gracias y vuelvo a la
cama, termino el libro, empiezo otro y escribo esas cuantas líneas que leéis. Y
ya son las seis.
Nenhum comentário:
Postar um comentário