Amanezco con olor a violetas y lápices recién
apuntados, en una mañana de lluvia y tempestad, con estas hojas amarillas y
naranjas, que anuncian sin vacilar el otoño. Y lo que más me impresiona es la
capacidad estúpida de todos los seres vivientes de adormecer con esta luz
impiedosa del alba. La verdad es que
tampoco importa mucho constatar ahora la exactitud de todas esas evocaciones.
Sigo temblando de miedo, estos escalofríos que tu ausencia me provoca, estas
alucinaciones de soledad que nos hacen ver mariposas en el techo de nuestra
habitación como si fueran pájaros de los dioses. Tú sabrás que ayer fue el día
en que la luna se acercó a Saturno, porque tú, y solamente tú, deseas aquellos
anillos en nuestro planeta como si fueran mil satélites a parpadear por la noche.
En mi cama, sola, sin brazos y sin piernas mi cuerpo
parecerá un cohete y vosotros seréis las estrellas. Y aunque haga calor y que nos duchemos con helado
y refrescos, estar a tú lado todavía es habitar el desierto de Atacama. Y mis ojos, salados como el mar, llenos de
arena y recuerdos, son mis ventanas para un pasado ya muerto. Tú dormirás en
mis cajones, cerca de papeles viejos y bolígrafos rotos, al lado de un paquete
de cigarrillo tuyo, y de mapas de ciudades donde nunca has estado, solamente porque
te gusta perderte en el desconocido.
Porque te conozco desde el descubrimiento del fuego,
no me atrevería a saltar en tus ojos, este misterio de los planetas, ni me
atrevería a tocar nuevamente tus manos de tierra húmeda, que son enigma de los
astrólogos. Por la tarde, mirando el perro estirarse al sol mientras yo busco
esconderme en la sombra, el cielo es tu sonrisa, lleno de nubes blancas, con
una tranquilidad devastadora. Tú me hablas en francés y yo no comprendo lo que
dices, pero todo suena como si fuera el llanto de un niño, y se sabe que todo
lo que necesitas es un abrazo, dos o tres. Aquí tienes mi palabra, mi previsión para los
próximos siglos, sin dudar que en los años siguientes yo estaré paralizada a tu
lado, encantada. Llega el atardecer, y el naranja, el rojo, el rosa coloren el
cielo fatigado, y el sol toca el mar en una despedida tácita, pues es así que tú
me visitas. Y yo te ofrezco té y bollo, sábanas y cojines, silencio y
desespero. Porque eres tú más noche que la noche y eres tú mi azul en este
inmenso desierto.
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